jueves, 21 de octubre de 2010

Conflicto en la educación pública

Por Antonella Orlando (Comisión 34)
En la calle Ramos Mejía las sillas dispersas o agrupadas adquieren otra identidad, a medida que pasan los días. Son símbolo del silencio de la gestión de la universidad, de la persistencia de los estudiantes que mantienen la toma de la sede, y de la solidaridad de aquellos profesores que dan clases públicas sentados sobre el asfalto. No obstante, la medida que tiene como objetivo exigir que todos los estudiantes de las carreras de Ciencias Sociales puedan contar con un espacio único y seguro, despierta confrontaciones, acuerdos y disensos que se van ramificando cada vez más desde aquel 2 de este mes, día en el que empezó la medida de protesta.
Las distintas postales abundaban para cualquier ojo atento. Por un lado, conjuntos de estudiantes ubicados en círculo alrededor de profesores. “Yo apoyo la toma, no solo porque los chicos merecen cursar en condiciones dignas, sino porque nosotros también estamos en la misma situación. Hace más de 20 años que soy docente y pasan distintos gobiernos tanto nacionales como en la facultad, y la situación se sigue pateando”, dijo Laura Di Marzo, docente de Taller de Expresión y de Seminario de Narrativa y Ficción. Al lado de ella y de sus alumnos, se encontraban debatiendo integrantes del centro de estudiantes y otros partidos políticos. Las voces se animaban y se calentaban gracias al mate, única bebida que permitía pasar el frío que empezaba a hacerse sentir, mientras bajaba el sol de las 6 de la tarde. Unos reclamaban por la falta de originalidad y visión con la que se afronta el problema, algunos preocupados por su futuro académico decían apoyar la toma, pero temer perder el cuatrimestre.
Otros estudiantes repartían volantes informativos. A su paso, se escuchaban de manera fragmentada, en medio de las bocinas de las ambulancias que ingresaban al Hospital Naval (que se encuentra a metros de la facultad), frases como “todos tenemos que participar”, “es importante que nos pongamos de acuerdo en cómo sigue nuestra lucha”. Mientras, algo curioso sucedió que rompió la dinámica normal de los estudiantes: una camioneta que ostentaba el logo violeta y plateado de la bebida energizante Sobe Rush, se estacionó a pocos metros de los grupos de debate. Se bajaron una mujer y un chico, vestidos con indumentaria de la marca, cajas con la bebida y cámaras fotográficas. Empezaron a repartir las latas. Algunos estudiantes aceptaban ser retratados tomando, otros le pedían que ni siquiera les ofreciera la bebida porque era una estrategia de marketing y los estaban utilizando. “Vos no podés pretender que después no nos cataloguen de “vagos” si vos caés en esta y dejás que te saquen una foto”, le reclamó Nora a un compañero que había sido retratado.
Como si alguien la hubiera escuchado, como si la toma fuera el escenario de una obra de teatro, un auto se detuvo frente a la barricada de sillas. Su conductor bajó la ventanilla y le gritó a los estudiantes: “Trostkos go home”. No obstante, como si la versión teatral continuara, un turista colombiano con su esposa e hija se presentó ante los chicos que lo miraron incrédulos. “Estoy interesado en lo que están haciendo y decimos venir con mi familia para saber más sobre las condiciones en las que cursan. ¿Podemos pasar a ver la facultad?”, dijo el hombre. Varios alumnos acompañaron a la familia adentro de la sede. Probablemente, él hubiera estado en desacuerdo con el conductor que gritó desde su auto y hubiera apoyado a los estudiantes que se mantienen firmes ante las acusaciones de unos, y el silencio de otros.

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