martes, 2 de junio de 2009

La Barbarie, el bar de Sociales

Por Pablo Campos (Comisión 10)
Rodeados de carteles, pintadas y objetos vintage, algunos sillones deteriorados constituyen el refugio de los estudiantes que hacen un esfuerzo por mantenerse despiertos a la espera de su próxima clase. Como cada noche a la hora de la cena, la fila de compradores hambrientos comenzaba a extenderse más allá del acceso a La Barbarie, el comedor creado por un grupo de estudiantes en respuesta a las condiciones impuestas por la crisis del 2001 que, actualmente, compite con los distintos concesionarios gastronómicos de la facultad.
“Había que armar una biblioteca y un comedor estudiantil porque los demás lugares eran caros”, fue la causa que definió su fundación según Carolina Ciacciulli, estudiante de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA y miembro del grupo autogestionado que decide en forma independiente los destinos del proyecto en la sede Ramos Mejía. Mientras los pedidos de “sándwiches urgentes” efectuados por sus compañeros de estudio se apilaban, Carolina explica pacientemente el proceso que convirtió un aula en desuso de piso agrietado y goteras permanentes en un “espacio de participación” donde decenas de personas se reúnen a diario. Bajo esta premisa, un grupo de estudiantes tomó el aula 10, hace más de seis años, sin contar con el apoyo de ninguna organización política de la facultad y, aprovechando el receso de clases invernal, realizó las conexiones para la garrafa de gas junto a las refacciones indispensables para su uso como comedor. Con el objetivo de reducir al mínimo los gastos, todos los elementos de cocina y el mobiliario, incluidos aquellos viejos sillones de descanso, fueron comprados al Ejército de Salvación o donados por compañeros que apoyaban la iniciativa. Desde su apertura, algunos integrantes del colectivo se alejaron o fueron reemplazados, pero el espíritu autónomo del espacio se mantuvo. A lo largo de los años resistieron los intentos de las distintas agrupaciones políticas, en especial “las trotskistas”, que bajo la conducción del Centro de Estudiantes pretendieron desplazarlos. Paradójicamente, Carolina sostuvo que las autoridades de la facultad nunca buscaron cerrar el lugar, aunque tampoco lo apoyaron explícitamente.
Los precios económicos, las propuestas culturales, la atmósfera distendida y algunas licencias - es el único lugar de la facultad donde se vende alcohol - convirtieron a La Barbarie, a pesar de sus precarias medidas de higiene, en una competencia para los demás concesionarios del sector. El encargado del bar ubicado en el primer piso de la sede, Jorge González, relató cómo hace ocho años ganaron la primera licitación efectuada por la administración de la Facultad para explotar comercialmente esa área bajo el pago de un canon fijo. El kiosco del primer piso surgió luego de un proceso similar. Ariel Rojo, empleado del local, explicó cómo la ceguera sufrida por el dueño lo habilitaba a recibir una licencia para explotar pequeños negocios otorgada a personas discapacitadas. Sin embargo, el cumplimiento de la ley Nº 24.308 que establece la prioridad para los ciegos y/o disminuidos visuales en la entrega de concesiones dentro de reparticiones públicas sólo se logró luego de “mandar muchas cartas al gobierno de la ciudad y ser muy perseverantes”.
El recorrido de La Barbarie se diferenció así de los emprendimientos comerciales dentro de la facultad al afianzar su carácter autogestivo construyendo, como resaltó Carolina Ciacciulli, mientras corría al rescate de un sándwich quemado, “un espacio de socialización y lucha política”.

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