martes, 2 de septiembre de 2008

Teatro: Entrevista con Alejandro Paker

“SIEMPRE SOÑÉ QUE EN ALGÚN MOMENTO ALGUIEN DIRÍA: VAMOS A DARLE BOLA A ESTE CHICO”

Humildad, profesionalismo y perseverancia, tres cualidades que definen al talentoso actor, cantante y bailarín Alejandro Paker.
Por Sandra Spina (Comisión 8)
A poco más de dos meses del estreno de Pepino el 88, musical que encabeza junto a Víctor Laplace y Karina K en el Teatro Alvear, Paker reflexiona en esta entrevista sobre diversos temas: parte de la historia e importancia de la obra para la reivindicación de la cultura nacional, el giro en su carrera luego de haber encabezado Cabaret y cómo, gracias a su permanente esfuerzo, alcanzó un lugar de reconocimiento que asegura no haber esperado.
¿Cómo llegó el proyecto de Pepino el 88?

Llegó cuando Daniel Suárez Marzal, el director del San Martín, y el productor artístico René Aure fueron a ver Cabaret y les gustó mi laburo y, a las pocas semanas, me llamaron para ofrecerme Pepino el 88. No hay mejor casting que te vean trabajar. Fue irónico porque, después de muchos años de insistir, mandando material, para trabajar en el San Marín, me llamaron para finalmente darme fecha para un casting. ¡Yo estaba choco! (risas), pero ya me habían propuesto el proyecto de Pepino.

¿Cómo se llevó a cabo la investigación?

Originalmente era un proyecto para unos especiales en Canal 7 pero, por una cuestión de presupuesto, quedó en la nada. Luego se lo proponen a Suárez Marzal para hacer en teatro y después surgió la propuesta como un musical; también fue una idea de Víctor Laplace. Ellos ya habían investigado bastante. Posteriormente nos contactamos con Beatriz Seibel, la mejor historiadora que tenemos de teatro nacional y además especialista en circo criollo, que nos dio no sólo sus libros sino material anecdótico. Y esto último fue fundamental para conocer lo que yo llamo “los olores del personaje”: sus detalles íntimos, sus vínculos.

La obra trabaja, por un lado, sobre un romance enredado en un triángulo amoroso, y por otro, tiene un importante trasfondo político y cultural a fines del siglo XIX. ¿Hacia dónde cree que apuntó más fuertemente la intención del director?

El triángulo amoroso es apenas una de las anécdotas que se cuentan en la obra, no es el eje. Y en eso también fue criticada, muchos dijeron que no se termina de resolver ninguna de las cosas. Sin embargo, el director quiso reflejar lo que pasaba en ese momento, hacer una especie de “documental teatral”, fotografías de ese entonces: qué pasaba en los camarines, en la arena, en los barrios, el contexto político.

Quizás mostrar cómo se fue “cocinando” nuestro teatro nacional.

Exactamente. Además estaban, por un lado, aquellos a favor de promover a los autores argentinos para que hablaran de nuestra idiosincrasia; y por otro, los “chicos bien”, los highlife, que estaban en contra de nuestro teatro y se hacían los franceses o ingleses; querían hablar con acento extranjero porque eso era ser top. Sobre todo, en una época donde venía teatro de afuera y era un momento de mucha mezcolanza cultural donde las mismas óperas que se estrenaban en Milán, al mes se presentaban acá.

¿Cree que el público realmente se compromete, logra esa revalorización de lo nuestro, o simplemente se limita a mirar la obra “desde afuera”?

Creo que hay un momento inevitable en donde es imposible que no te toque la “fibra de argentino” más escondida que tenés: cuando aparece una enorme bandera nacional y todo el elenco baila el Pericón. Estoy seguro que es ahí donde nos toca a todos esa “fibra” nuestra tan enojada con las cosas que pasaron y pasan. Es el momento donde se reivindica este deseo de ser auténticos, de tener nuestra propia cultura. Como diría Marcos Aguinis: “el atroz encanto de ser argentinos”.

Teniendo en cuenta que su personaje, Frank Brown, es acróbata y que usted temía a las alturas, estimo que representó una difícil barrera para interpretarlo tanto en lo físico como en lo emocional.

Definitivamente. Una de las primeras cosas que me dijo Daniel (Suárez Marzal) cuando le planteé que no sabía nada de acrobacia, fue que lo resolveríamos de “una manera poética”. Pero yo quería afrontar la situación, por eso me contacté con un reconocido entrenador de circo, el “Mono” Silva. Fue él quien me ayudó a superar el miedo y a trabajar no sólo mi cuerpo sino también la movilidad que debe tener un acróbata, que es muy diferente a lo que hacía anteriormente cuando interpretaba al maestro de ceremonias en Cabaret.

Hablando de Cabaret, se ganó un gran reconocimiento por su interpretación; así lo demostraron los premios Clarín, ACE, Florencio Sánchez y el reciente Trinidad Guevara. ¿Cree que la obra marcó un quiebre o el inicio de una nueva etapa en su carrera?

Sin duda fue la obra bisagra. Pero personalmente trabajé como lo hice siempre en todos mis laburos. Nunca esperé que viniera ese reconocimiento. En verdad, siempre soñé que en algún momento alguien dijera “vamos a darle bola a este chico” (risas) y así fue. Algo que vino del cielo…

Y del esfuerzo…

Sí, no me queda ninguna duda. Pero ésto en algún momento debería pasarle a todos. Personas del ambiente con mucha trayectoria dicen que hay un momento bisagra en la carrera de cualquier actor donde, quizás interpretaste mejores papeles, pero te descubren por otro y, a partir de ese, te empiezan a tener en cuenta. En mi caso, audicioné para todos mis trabajos, sin que nadie me llamara, hasta que hice Cabaret y luego me convocaron para Pepino. En este sentido, fue la primera vez que me pasó.

Actores, actrices y productores, como Adrián Suar, Alejandra Rodano, Mariana Correa y Patricia Echegoyen, lo definen como un verdadero “luchador”. Personalmente ¿cómo se definiría con una sola palabra?
(Duda unos instantes) perseverante. Creo que tiene que ver con no claudicar, hacés una cosa u otra y siempre hay quienes te quieren correr del camino de la lucha. Yo creo que nunca me corrí, simplemente “paré”, me tomé un descanso. Siempre supe cuál era mi deseo. Y también sé que es lo que me gustaría llegar a ser.

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