viernes, 21 de mayo de 2010

Una pista de baile entre árboles

En medio del trajín cotidiano un parque publico
ofrece una alternativa a los bailarines de tango.
Bajo la luz de la luna resuena una milonga barrial
que semanalmente congrega a amigos y a extraños.

Por Ezequiel Brizuela (Comisión 34)

Viernes por la tarde. Barrancas de Belgrano es uno de los principales epicentros de la ciudad: estación Terminal de varias líneas de colectivos, estación de tren (Belgrano C) que conecta a Retiro con Tigre, a metros del Barrio Chino y la avenida Libertador. Mejor conocida como “Barrancas”, es un espacio de circulación constante. Personas y vehículos recorren sus veredas y calles con urgencia, salteando los detalles del paisaje. En estas calles existe un mundo por fuera de la intensidad de su espacio y la premura de su tiempo: “La Glorieta”, un lugar donde la naturaleza es el tango y la milonga.

Las plazoletas de Barrancas ocupan tres manzanas, repletas de caminos, ascendentes o descendentes (a causa de las características del suelo), y monumentos (estatuas, mástiles, entre otros) que muestran un rasgo colonial impregnado en su arquitectura; su vegetación también refiere a su historia, pues hay decenas de árboles ancestrales que enraman el cielo nocturno con hojas y flores. Bajo ese techo, varias garitas de colectivo resguardan personas que parten y arriban, varios carritos propiedad de los cartoneros descansan sobre el pasto, parejas de enamorados pasean por los caminos, hay vecinos, transeúntes. La diversidad es la marca de este espacio.

Al caer la noche, se escuchan los primeros tangos. Los faroles se encienden, iluminando las plazoletas y, en una de ellas, La Glorieta. Se trata de una galería circular, rodeada por unas finas columnas que llegan hasta un techo con forma de pagoda; el hierro dibuja detalles en las rejas y columnas que bajan hasta las escalinatas donde inicia la pista de baile. “Entre cinco parejas de amigos decidimos probar, bailar algo entre nosotros. Durante los primeros seis meses no venía nadie, éramos nosotros, de esto hace 14 años. Hasta que de a poquito empezó a aparecer gente, se fue formando la milonga de esta manera, fue muy de abajo, muy de a poco”, cuenta uno de los fundadores de la milonga en La Glorieta, Andrés de 61 años.

Ni la oscuridad ni el frío son obstáculos para los bailarines, vecinos o curiosos que la visitan. Este espacio público devenido pista de baile puede resultar extraño a los visitantes, no obstante, uno de los aprendices, Maximiliano de 25 años, aclara: “El lugar público es para todos, es para los vecinos que bailan poco pero bailan, gente que viene a aprender, que le interesa, observa, mira y asiste a las clases”; por otro lado, María Elena, de 55 años, bailarina y vecina, comenta sus sensaciones: “Es como una continuación de la familia porque acá nos conocemos todos, somos todos del barrio, mal que mal es como una gran familia. Me resulta más agradable, más cómodo venir acá que ir a una milonga”.

De jueves a domingos, de 19 a 22, La Glorieta reúne a esa “familia” que los testimonios confirman: otra bailarina, Karina, 45 años, añade: “Es un grupo de amigos que se juntan, nos conocemos, somos una gran familia. De repente vas a alguna tanguería o una milonga, y es más reservado, cada uno está en la suya, o hay grupetes que no se unen mucho unos con otros”. Este viernes, la “familia” sobrepasa la centena.

Cada persona que arriba a La Glorieta se saluda con besos y abrazos, el cariño es evidente. La concurrencia es variada, hay bailarines profesionales y aprendices, de jóvenes a adultos mayores, turistas, vecinos que jamás bailaron pero escuchan tango, otros que pasean sus perros y se detienen ante la danza, no obstante, todo trato es fraterno. Andrés, continuando su testimonio, esboza una explicación sobre esta relación: “En el mundo hay mucha soledad, mucha gente solitaria. El tango es la única danza que permite bailar abrazados, no hay otra danza así. Bailar abrazados es una manera de acercarse, de conectarse, de no sentir soledad, de sentirse protegido”.

El tango es una danza de emociones y eso manifiestan los entrevistados. Hay quienes recuerdan a sus padres como sus iniciadores, entonces el relato entrecorta su voz y llena sus ojos de lágrimas, como sucedió con Ezequiel de 29 años y Claudia de 36 años, ambos perdieron a sus padres; hay otros que encontraron en su pareja de baile a su pareja de amor como el caso de Karina; incluso hay quienes se refieren al tango como una terapia que los abstrae de su rutina, el ejemplo de Maria Elena. Las historias de vida se cruzan con el tango, entonces la danza funciona como una sanación. Sharon, una bailarina norteamericana (36 años), cierra esta idea: “Las palabras no son las palabras, son las palabras del cuerpo. Si toda mi vida yo pudiera sentir igual que cuando bailo o escucho tango yo no tendría nada de que quejarme”.

Destacado:
“La concurrencia es variada, hay bailarines profesionales y aprendices, de jóvenes a adultos mayores, turistas, vecinos que jamás bailaron pero escuchan tango, otros que pasean sus perros y se detienen ante la danza, no obstante, todo trato es fraterno”.

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