lunes, 3 de noviembre de 2008

El ritual de los tambores

El ritmo improvisado de la percusión en manos de los talentosos músicos de La Bomba de Tiempo brinda la atmósfera propicia para el estallido de una verdadera fiesta, en la que la exploración y la experimentación se viven cada lunes, en el Konex, tanto arriba como abajo del escenario.

Por Rosana Quiñoa (Comisión 3)
Cae la tarde en Buenos Aires y los colectivos repletos de pasajeros anuncian el último suspiro de la jornada del lunes. Desde la puerta de Ciudad Cultural Konex, en Almagro, una veintena de jóvenes escucha lejanamente el ritmo de tambores que proviene de adentro. Son las ocho de la noche. El guardia corta las entradas y los pasos de la gente achican la distancia, clarifican los sonidos. Sobre el escenario está La Bomba de Tiempo, la banda que se autodefine como "el trance del ritmo en estado puro". En pocos minutos, como todos los lunes, los recién llegados confirmarán la certeza de ese eslogan.
Trance: estado en que el alma se siente en unión mística con Dios.
Un lenguaje de señas manejado por un director es la única herramienta que los 17 percusionistas de La Bomba de Tiempo utilizan para coordinar los ritmos que improvisan en cada presentación.
Los músicos saben que la inspiración se revela sin mediaciones. Y lo saben tan bien, que descubrieron cómo comunicarla "en estado puro", en tiempo real, mucho antes de que se convierta en palabra. Para quien quiera verlo, durante dos horas lo demuestran, arriba de un escenario.
"Creé este sistema de casi 70 señas en base a un lenguaje de improvisación que había visto en “Butch” Morris, un músico de jazz estadounidense. Quise adaptar ese idioma a la música de percusión", cuenta Santiago Vázquez, fundador y líder de la banda. "Reuní a los percusionistas que yo admiraba, y en mayo de 2006 comenzamos a tocar. Uno de nosotros hace de director y maneja las señas. En cada encuentro tocamos ritmos nunca predefinidos ni tradicionales… Y el público toma el espacio para hacer lo que quiere".
Y es que, como un hijo con su padre, La Bomba de Tiempo es el fiel reflejo de su creador. En su vasta carrera artística, Vázquez incursionó en el folklore argentino, el jazz, la música académica del siglo XX, el tango, el pop y los ritmos típicos de India, Marruecos, Zimbabwe, Java, Brasil y Bulgaria. Cuando al talento se le suma la curiosidad irrefrenable y el trabajo en equipo, el resultado es explosivo.
Tal como lo hará todos los lunes a las 20, en el Konex, Vázquez da la bienvenida. El público –casi 400 personas- aplaude. Suena el primer tambor y todos comienzan a moverse. "Todos" son: los rastafaris y los floggers, los yanquis y los gallegos, los padres y sus chiquitos, los cuarentones y las quinceañeras, los chetos y hasta los yuppies, que llegaron de traje, directo desde la oficina.
“Trato de venir todos los lunes porque es una desconexión total. Tengo conocidos acá, es una especie de ritual que compartimos sin preguntar ni pensar nada”, expresa Pablo, un chico de Avellaneda que trabaja en una distribuidora de alimentos en Palermo.
Justo después aparece Silvina, su novia, que lo busca, lo abraza y en un segundo lo lleva al centro de la pista para colgarse de su cuello y obligarlo a dar saltos.
Silvina no le suelta el cuello y entonces él la toma de las piernas, la alza y se la encaja en la cintura mientras se funden en un largo beso que tendrá quizá alguno de los mil ritmos que sobrecargan el espacio.
Trance: estado en que el alma se siente en unión mística con Dios.
"La percusión y el ritmo tienen una capacidad muy grande para conectarnos con el ritmo interior de cada uno. El baile es eso, es el movimiento del cuerpo en armonía con la música", afirmará Vázquez dos horas después, cuando ya no suene ningún tambor.
Pero ahora suben al escenario dos percusionistas más. Es difícil distinguirlos desde el tumulto de la gente, pero ante la presentación del director los presentes estallan en una ovación. Un nuevo ritmo comienza y los instrumentos se suman, se complementan y se refuerzan, y la vibración intensa en el esternón se expande ciega e imparable hasta los brazos, las piernas, la cabeza, las puntas de los dedos. Poco importan ya las indicaciones que el director le da al resto de los músicos. Abajo del escenario, la exploración, la experimentación y la improvisación toman por asalto a los cuerpos permeables que inevitablemente le dan forma al sonido.
“Estos tipos te dan una energía que no se puede explicar, hay que vivirla”, dice Raúl, la espalda contra la pared, sólo se anima a mover la cabeza entre trago y trago de cerveza. “Disfruto de verlos, de ver a toda esta gente. No bailo porque no doy más, estuve todo el día parado... pero quise venir porque acá la paso bien”. Raúl es empleado de un comercio en el centro y se irá del Konex tan solo como llegó.
La joven banda de percusionistas consiguió mucho en su corta vida. Gracias al boca a boca, en sólo dos años ganó terreno en festivales, recitales y conciertos, que contaron con la presencia de sus infaltables seguidores. La Bomba de Tiempo participó en el Festival de Percusión organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y cerró el Primer Festival de Música de La Plata. A mediados de 2007 salió a la venta el primer y único disco de la banda, editado por Musical Antiatlas Producciones, en formato acústico y en vivo. Además, los músicos promovieron la expansión de su novedoso estilo a través de la apertura de talleres de percusión, de los que surgieron grupos de percusionistas que llevan el mismo estandarte de La Bomba. Ellos son “La Bombachita” y “La Bombería”, entre otros.
"Hay una infinita variedad de ritmos que se pueden entrecruzar y truncar. El ritmo es nuestro objeto de experimentación. Cada lunes queremos ir más allá en algún aspecto, buscamos cosas nuevas. Por eso hay muchos que vienen todos los lunes, porque no es un show siempre igual. Es un acontecimiento que a ellos les sirve para bailar, pero en el que nunca se sabe bien qué va a pasar", dirá más tarde el líder de la banda. Pero ahora la música sigue, y la gente salta.
Una nena que no tiene más de cuatro años pasa corriendo entre la gente, va al encuentro de su mamá. La mujer, veinteañera, le hace upa mientras intenta hablar por celular. Imposible. Los tambores de La Bomba no dejan oír. Enseguida se resigna, baja a la pequeña y se pone a bailar con ella, que se mata de risa.
"Esto va a ser una fiesta", había anticipado con exactitud un joven antes de entrar. Es el mismo que ahora, a la izquierda, hace malabares con pelotitas, mientras cinco chicos, en ronda, hacen acrobacias por turnos. Dos muchachas bailan como si fueran siamesas, empujándose suavemente entre ellas al ritmo de la música.
En una esquina, junto a la pared, un hombre baila con su sombra.
Trance: estado en que el alma se siente en unión mística con Dios.
Vázquez lo explicará una hora después: "A Dios cada uno lo puede ver en cosas distintas. Yo creo que la música es divina, porque no sabemos de dónde viene. Por eso, el encuentro con la música es una comunión con lo sagrado".
Existe un mundo que La Bomba de Tiempo invita a conocer, a sentir, a experimentar. Cualquier explicación acerca de él lo aleja inmediatamente de lo que es. Lo dicho: el secreto está en la experiencia. Aquí, las palabras no sirven.

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