Por Gabriel Feldman
Si de adivinar se tratara no me hubiera
imaginado que Manuel es hijo de desaparecidos. Esa simpleza y paz que lleva va
en contraste con su historia marcada por el terror. No sé que me esperaba
encontrar. No sé que se esperaría cualquiera al que le digan que va a tener
enfrente a un nieto recuperado. ¿Nerviosismo? ¿Miedo? ¿Congoja? ¿Dolor? ¿Ansias
de revancha? ¿Imposibilidad para describir el horror? ¿Una piel más fina? ¿Ojos
más abiertos? ¿Alguna marca que atestigüe su sufrimiento…?
Manuel Gonçalves es hijo de desaparecidos y
un activista en los juicios de lesa humanidad. Hasta el año 97, cuando recibió
los resultados del adn, no era Manuel sino Claudio, Claudio Novoa. Se crio
sabiendo que era adoptado aunque nunca imaginó su verdadero origen. Pero en
1995, gracias al trabajo conjunto del
Equipo Argentino de Antropología Forense y de las Abuelas de Plaza de Mayo, descubrió
que su abuela lo buscaba; que tenía un hermano (y dos sobrinos); que es hijo de
Ana María Granada y Gastón Gonçalves, dos militantes de la juventud peronista,
victimas del terrorismo de Estado; y que fue el único sobreviviente de un ‘operativo’(40 militares y
policías federales y bonaerenses que rodearon una casa, lanzaron granadas de
mano y dispararon treinta cartuchos de gases lacrimógenos y miles de balas de
ametralladora) que acabó con la vida de su madre y de la familia Amestoy, en la
calle Juan B. Justo, en San Nicolás.
Tan espectacular es su historia, que unos
directores italianos le ofrecieron hacer una película sobre ella. Y ante las
posibilidades de espectacularización que ofrece el cine, en este caso, no parece haber margen para
agregar nada. La historia en sí ya es espectacular, sólo hace falta contarla
bien. Después de todo, la verdad siempre supera a la ficción.
Manuel se ríe cuando cuenta que intentó no
idealizar a sus padres y finalmente no pudo. Que los relatos que le llegaban de
amigos y de familiares le daban por pensar que no podía ser hijo de esas
personas increíbles, casi inmaculadas. Que a veces la figura de sus padres, o la
imagen que se armó de ellos, es un juicio de valor permanente sobre sus actos. Y
que algunas veces eso le pesa. Pero es consiente también que, en la búsqueda
por querer (re)construir su historia y conocer cómo eran sus padres biológicos,
encontró las pruebas necesarias que le permitieron pasar de su “búsqueda
personal” a los juicios en pos de la
verdad y la justicia. “Cuando caen las leyes de Obediencia Debida y Punto Final
porque se las declara inconstitucionales, me presenté en la justicia con muchos
de los relatos que yo tenía. Después, obviamente, hubo que hacer un trabajo más
intenso sobre la prueba documental”.
El año pasado, él y su hermano Gastón fueron
querellantes en el juicio que condenó a
Luis Abelardo Patti a cadena perpetua. Gracias a las pruebas que presentaron se
pudo comprobar que el ex comisario participó de la represión durante la
dictadura y había asesinado, entre muchos otros, al padre de ellos. A su vez, tiene otras dos causas abiertas.
Por un lado, el juicio que comienza el 3 de julio que pretende esclarecer el
asesinato de su madre y otra causa contra el juez Juan Carlos Marchetti, máximo
responsable de su adopción ilícita.
Igualmente su compromiso está más allá de una
causa personal. A 36 años de los hechos, no hay revancha posible (ni la desea),
él bien sabe que los juicios no le van a devolver a sus padres, ni los 19 años
que le robaron la identidad. “Eso no se recupera por más que los juicios
terminen con las condenas más altas”, sostiene.
Es difícil pensar que algún día pueda
cicatrizar esa enorme herida, que también es la herida de la sociedad argentina misma. Una sociedad que todavía
se encuentra en deuda con su pasado. “Para
mí lo que generan los juicios es un fortalecimiento de la democracia: de
las instituciones, de la justicia, de nosotros como sociedad. Mirar hacia atrás
y decir, ‘esto no puede quedar así, no es que no nos pasó nada’. Creo que es un aporte hacia el futuro, y no me parece mal,
para construir ese futuro, mirar hacia atrás”, subraya Manuel, que
recientemente fue incorporado a la comisión directiva de las Abuelas de Plaza
de Mayo, siendo el primer nieto recuperado en ocupar un cargo en la fundación.
La cuestión generacional es insoslayable,
muchas abuelas están muy grandes y el recambio es necesario. Quedará en los
nietos y las generaciones venideras la misión de continuar con la lucha que
iniciaron las Abuelas porque como bien sostiene: “La mejor manera de construir
un futuro es teniendo en claro el pasado”.
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