Un chillido agudo persiste a lo lejos. Se filtra a través de cortinas
oscuras y aterciopeladas. El umbral lleva una advertencia: los contenidos que
esconde no son aptos para personas sensibles y adultos responsables deben
acompañar a menores de 18 años. No es el ingreso a un juego de terror. Es la
entrada a la exhibición Bye bye, American
Pie en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA).
“La muestra presenta la producción de siete artistas estadounidenses: Jean-Michel
Basquiat, Larry Clark, Nan Goldin, Jenny Holzer, Barbara Kruger, Cady Noland y
Paul McCarthy. Así abrimos el calendario 2012 de exhibiciones”, explica María
José Kahn Silva, educadora y guía del museo. “La hipótesis que maneja Philip
Larrat-Smith, curador de la muestra, es que estas obras ponen en evidencia la
decadencia y caída del Sueño Americano desde los ’70 hasta la actualidad”,
continúa.
Los espectadores se mueven desconcertados a través de siete núcleos
diferentes, uno para cada artista. La atmósfera de la exhibición es fluctuante
y cada espacio genera reacciones diferentes.
“El documentalismo duro de las fotografías de Clark y el tono de diario
íntimo de las presentaciones de diapositivas de Goldin se alterna con la
crítica implícita en las ‘redaction
paintings’ de Holzer y la yuxtaposición de texto e imagen en la obra de
Kruger. La asimilación de Basquiat de códigos de la cultura negra urbana y
formas vernáculas como el grafitti con la tradición de la gran pintura europea,
dialoga con la puesta en escena que lleva a cabo McCarthy de la política
cultural en el plano del ello”, argumenta Larrat-Smith en el comunicado de
prensa oficial de la muestra.
La provocación y la denuncia son hilos conductores en la exhibición.
Así, una fotografía de Clark llama la atención de los presentes. Es la de una
mujer embarazada envuelta por un halo de luz solar. La composición poética de
la imagen contrasta con su inspección cercana: la mujer se está inyectando
droga.
“Tulsa, la serie de Clark,
muestra el lado oscuro del sur bucólico, del Cordón Bíblico de Estados Unidos”,
comenta Kahn Silva. A lo que una mujer de avanzada edad pregunta: “¿El Cordón Bíblico
de Estados Unidos se llama así por algo relacionado con la biblia?”. Inmediatamente,
la mujer cuenta que allí son muy “conservadores y apegados a la moral
religiosa”. Y todo ello mientras mira con asombro y horror el mundo de las
drogas, la violencia y la intimidad sexual del círculo de amigos de Clark.
Como un grito,
las obras de Kruger destacan por su monumentalidad y atraen rápidamente a los
presentes. Son “sobrecogedoras”, sostiene Bárbara Casarino, joven visitante de
la muestra. “Es una crítica muy dura y directa a la sociedad masiva de consumo.
La pieza que dice ‘Our prices are insane’
[“nuestros precios son de locos”] es impactante. Te genera preguntas. ¿Son los
precios la cosa de locos o es la locura del consumo?”, reflexiona.
De la denuncia combativa contra el sistema se pasa a un espacio en
extremo intimista. Las fotografías de Goldin, en su Balada de la dependencia sexual, son tan introspectivas que el
espectador se siente por momentos un intruso en el submundo de Manhattan. “Goldin busca
capturar el momento y las personas que ya no existen, congelar una situación
tan dolorosa como real”, afirma Kahn Silva.
Nuevamente, una
fotografía atrae la atención. Un hombre yace en un ataúd. Frente a él se ve a
su esposa con expresión de pesar. El Sida, que ha terminado con la vida del esposo,
se cierne sobre ella. “Es una foto muy fuerte. Es triste como toda la serie de
Goldin. Yo creo que esa nostalgia se transmite al público”, cuenta Nahuel
Zauberman, estudiante de Publicidad.
La intensidad de
la muestra parece incrementar en concordancia con el ya insoportable chillido.
Su volumen aumenta y augura una inminente resolución del misterio. El origen del
ruido se devela al final del recorrido: provine de la única pieza en exhibición
de Paul McCarthy.
Se trata del acto
sexual más explícito y grotesco hecho instalación en un material gomoso que
pareciera derretirse bajo las luces del museo. Son cerdos con manos y un presidente
Bush duplicado, comportándose como un cerdo. La des-erotización es absoluta y
el público se debate entre el rechazo y la fascinación. Pero nadie deja de
mirar.
Bye bye American Pie tiene la fuerza de una
interpelación. Es como el moretón en
forma de corazón de Goldin o el pollo de hule que cuelga ahorcado de la obra de
Noland. Es, a sabiendas, una mirada morbosa sobre el Sueño Americano. O, como
Holzer lo expresó en su obra, será que “a veces no tienes otra opción que mirar
algo horroroso ocurrir”.
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