“CUALQUIER VERDURA ES UNA EXCUSA PARA DIVERTIRNOS Y
COMPARTIRLO CON EL MUNDO”
Por María Cecilia Cartoceti
Violeta
Brenman, co-fundadora de la tienda Cualquier Verdura, explica la dinámica de un
espacio cambiante e indefinido por elección de sus dueños. Ya sea ropa o una
heladera roja, un objeto kitsch o retro, todo está a la venta.
Una mujer pequeña observa a través de anteojos grandes y estilizados. Es
Violeta Brenman, diseñadora industrial de la Universidad de Buenos Aires que,
junto a su hermano Esteban, hizo de una casa de 1892 una tienda excéntrica y
personal: Cualquier Verdura. Se trata de un proyecto en San Telmo que reúne
piezas, misceláneas y remite a una visión particular sobre el diseño y la
funcionalidad de los objetos. Mate en mano, Violeta comparte anécdotas.
¿Cómo surgió Cualquier
Verdura?
Abrimos en agosto de 2007, pero para explicarte tengo que volver en el
tiempo hasta el 2005. Estaba cursando la última materia en la facultad y
trabajaba con mi hermano en un taller que quedaba en lo de mis viejos. Nos
juntábamos a crear objetos no necesariamente útiles a partir de computadoras
viejas. A veces, solo las desarmábamos. Así, nos dimos cuenta de que teníamos
ganas de poner un local, de seguir trabajando juntos y de lo divertido que es
encontrar cosas.
Pero, ¿crearon algún objeto
que les haya hecho pensar en este local? De desarmar y armar computadoras a una
casa-tienda hay una gran distancia.
Sí, pero Cualquier Verdura no surgió de algo material, sino de ese
vínculo que se generó entre nosotros. De todos modos, no nos imaginábamos esto.
Cualquier Verdura, como es hoy, nació al encontrarnos con esta casa, ver su
potencial y las posibilidades que teníamos.
¿Qué imaginaban cuando
pensaban en su local?
Mi hermano y yo pensábamos en un salón grande que iba a tener cajones de
verduras con distintas piezas de todo tipo. Pensábamos en una balanza hermosa
para vender al peso, no sé, muñequitos. De ahí viene el nombre Cualquier
Verdura.
¿De qué manera esta
propiedad los condujo, de aquella idea primaria, a la tienda que tienen hoy?
Al principio, la casa estaba muy deteriorada y necesitaba mucho trabajo
de restauración. Por su antigüedad, estaba protegida y había cosas que no se
podían modificar. Nosotros estábamos de acuerdo con esa disposición. Nos dimos
cuenta de que la casa debía seguir siendo una casa antes que un local porque es
hermosa y tiene una estructura especial.
Los objetos, entonces, se tenían que relacionar con la propiedad y
disponerse de acuerdo con su contexto. Además, ese orden particular era un
permiso para mezclar estilos y tipos de piezas. Hoy uno ve los productos muy
ordenados y cuidados, y tiene la sensación de que todo es muy costoso. En
realidad, hay piezas baratas y otras que no lo son. Eso depende de la calidad y
del stock del producto.
Si los objetos se relacionan
con la casa, ¿qué pasa cuando se llevan algo muy relevante en un ambiente?
Al principio nos generaba un poco de angustia. Después nos dimos cuenta
de que aquello nos permitía cambiar la estética de una habitación y reacomodar
los objetos. Para nosotros es bueno poder ofrecer cosas nuevas. Para el cliente
es bueno encontrarse con productos distintos.
Las piezas, además, se
relacionan con las personas. ¿Qué dicen esos objetos de ustedes?
No sé, es una pregunta difícil. Para mí, destacan nuestro sentido del
humor, de la apreciación por el producto bien hecho y por el buen diseño. Esos
son atributos que pueden estar hasta en una baratija.
Entre los ‘50 y los ‘70, Argentina tuvo una producción industrial
interesante y con un nivel de diseño muy bueno. En perfumería encontré matrices
increíbles para, por ejemplo, un talco de niños que salía ¡nada! Ese nivel de
industrialización permitía hacer productos híper complejos y masivos. En los ‘80
se cerró la importación de juguetes y se fabricaron bizarreadas muy interesantes.
¿Por ejemplo?
Todos esos juguetes imitación de Playmobil,
los Playthings y los PlastiBoys que vendemos acá. Además, hay
productos actuales que son juguetes y, en parte, esculturas coleccionables.
Muestran que los adultos también compran cosas porque les gustan, más allá de
su utilidad.
Entonces, ¿qué dicen los
objetos de sus nuevos dueños?
Muchos de nuestros clientes son diseñadores, fotógrafos, artistas. Ellos
eligen lo que les gusta y no tanto lo que dicta la moda. Nosotros buscamos que
alguien llegue y se enamore de un producto porque es distintivo.
Me llaman la atención las
etiquetas de las piezas. ¿Tienen algo que ver con ese carácter distintivo de
alguna de ellas?
Tiene que ver con una necesidad de ser sinceros con los clientes. No nos
interesa vender algo que es nuevo como si fuera algo antiguo. Las etiquetas
amarillas marcan que algo es viejo y las blancas, que algo es nuevo.
Hay productos con etiquetas
naranja, ¿cuál es su particularidad?
Se trata de objetos que nos gustan mucho y queremos que se queden, por
eso les ponemos precios altos y les avisamos a los clientes a través de esa
etiqueta naranja. Puede ser que no estén de acuerdo con el costo, pero no
dejaríamos ir al producto por menos. En definitiva, el costo es irrelevante,
pero tengo que explicar porqué un lápiz cuesta cinco pesos y una Sheaffer original, en su caja, vale 100
veces más.
Vi que toman fotos de los compradores
de esos productos especiales. Hay una de un hombre con un porta-rollo de papel
higiénico con radio, ¿puede ser?
Sí, se lo llevó un francés. Estaba en su caja, impecable. Lo más
gracioso es que dos años después encontramos un producto muy similar pero que,
en vez de tener una radio, venía con un dock
para iPod. El producto era de Hong
Kong pero estaba destinado a Estados Unidos, o algo así.
¿Dónde encuentran esos
objetos?
Ahora mucha gente nos ofrece productos y ya no salimos tanto a buscar.
Pero antes recorríamos barrios y locales con dueños tan antiguos como las cosas
que nos interesaban.
Había un local en Luis Viale y otra calle que no recuerdo, en Villa
Crespo, que era una perfumería y un bazar. Vimos un par de cosas de plástico en
vidriera que nos gustaron y entonces entramos a preguntar. Al final, pasamos al
depósito a revolver cajas. Eran cosas que ya no se vendían: una polvera, una
taza.
Somos más activos compradores cuando viajamos. Traemos latitas,
lámparas, veladores, cosas así.
¿Tienen algún criterio
particular de selección?
Lo particular es que lo elegimos nosotros. Nos tiene que gustar y
sorprender.
Pero, ¿por qué comprar cosas
tan únicas para venderlas en lugar de conservarlas?
La verdad es que nunca fuimos coleccionistas. Yo guardo papelería, no
objetos. Me enamoro momentáneamente de ellos, los disfruto, les saco fotos, los
prendo y apago. Lo que a mi hermano y a mí nos gusta y divierte es elegir,
encontrar algo especial y comprar.
Cualquier Verdura es un espacio
difícil de clasificar, ¿cómo lo definirías?
La estructura y la forma en que hicimos las cosas hacen que el local sea
autosustentable, pero no es un negocio. No buscamos que nos de grandes
ganancias. Vender es poder comprar. Cuando un producto muy bueno se va, decimos
“qué pena que se va, pero qué suerte que puedo renovar”.
En definitiva, Cualquier Verdura es un espacio lúdico que nos permite
comprar cosas, organizar eventos, invitar a la gente. Sí, es una tienda. Sí, todo
lo podes comprar. No es un museo. Es una casona antigua, pero no se parece a
una propiedad de ese momento. Para nosotros, Cualquier Verdura es una excusa
para divertirnos y poder compartirlo con el mundo exterior.
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