Cuidado
infantil: las desigualdades de género, las
inequidades sociales y el rol de las políticas públicas en la atención de niñas
y niños en la Argentina actual.
POR
CLARISA VEIGA
Mujeres que viven con sus parejas, o no;
que forman parte de hogares nucleares o extendidos; y que, a veces, encabezan
esos hogares. Mujeres que trabajan; que buscan trabajo; que no trabajan.
Mujeres que disponen de ingresos para acceder a bienes y servicios que brindan
un alto grado de bienestar; otras que alcanzan a tener una vida digna gracias a
un esfuerzo cotidiano y al aporte de servicios y programas sociales; y muchas
que tienen poco y oscilan entre permanecer en la “inactividad” del trabajo
doméstico y el despliegue de un sin número de estrategias para combinar con
tenacidad la participación en el mundo del trabajo “informal” y el cuidado de sus
hijos. Así describe Eleonor Faur, doctora en Ciencias Sociales por FLACSO, a
las “mujeres malabaristas”, en quienes recae aún en siglo XXI el cuidado
infantil.
“El maternalismo, noción que supone a la
mujer como la ‘cuidadora ideal’ de sus hijos, atraviesa tanto las formas de
organización cotidiana de las familias, como las políticas públicas
contemporáneas”, explica a Debate la
autora del libro El cuidado infantil en
el siglo XXI, publicado de forma reciente por Siglo XXI Editores. Faur sostiene
que la participación en el trabajo doméstico y de cuidados, así como la
cantidad de horas promedio asignadas a estas tareas, indican que las mujeres
continúan siendo las principales responsables de la gestión del cuidado
cualquiera sea su edad, su posición en el hogar, y su nivel educativo, incluso
aquellas que se encuentran empleadas a tiempo completo. “Aun cuando los hombres
participen de determinadas actividades, rara vez lo hacen en similar proporción
que las mujeres ni se consideran corresponsables de las mismas”, indica.
La llegada de la mujer al mundo del
trabajo remunerado trajo consigo políticas públicas que facilitaron este
acceso, pero la mayoría aún contemplan una mirada maternalista sobre el cuidado
infantil. “Por ejemplo, cuando la legislación laboral titulariza a las mujeres
de los derechos y responsabilidades del cuidado de sus hijos, y omite a los
hombres; pero también se observa como pauta en los programas de transferencia
de ingresos, y en los servicios de cuidado infantil”, señala. Bajo esa perspectiva,
agrega que las políticas sociales depositan el cuidado en el ámbito de las
familias y del mercado “a sabiendas de que serán las mujeres quienes, en buena
medida, se ocuparán de la gestión de estas tareas”.
La mercantilización del cuidado para superar
la tensión entre trabajo y cuidado infantil es otro de los ejes que desarrolla
Faur en su investigación, y es aquí donde a la desigualdad de género se suma la
desigualdad económica en el cuidado de los niños y niñas. “El problema de fondo
es que las formas de resolución de este dilema están fuertemente sesgadas por
la capacidad económica de las distintas familias, porque al ser escasos los
servicios públicos, interviene la lógica del mercado”, afirma.
En esa línea, recuerda que, mientras los
hogares de clase media y alta contratan servicios privados -como jardines,
guarderías y servicio doméstico-, los sectores populares disponen de escasas
alternativas para delegar los cuidados, o bien le piden a algún familiar o
vecina que, a cambio de un pago modesto, se ocupe de los chicos, o recorren
escuelas públicas para conseguir vacantes o, cuando existe otro ingreso en el
hogar, optan por renunciar al trabajo remunerado, y cuidar a los chicos ellas
mismas. “En esa dinámica, se produce una significativa ampliación de las
brechas sociales”, concluye Faur.
Las mujeres continúan siendo las
principales responsables de la gestión del cuidado infantil cualquiera sea su
edad o posición en el hogar y en el mundo laboral.
Las
claves de la combinación entre familia y trabajo
Maternalismo
Faur considera que la expresión
contemporánea “maternalismo” configura un nuevo sujeto social: las mujeres
malabaristas. Las describe como “mujeres todo-terreno” para quienes la salida
al mundo del trabajo remunerado no implica compartir las responsabilidades del
cuidado, y “cargan sobre sí un sinnúmero de actividades y responsabilidades, en
pos del bienestar familiar”. Así, la conciliación entre la vida familiar y la
actividad remunerada “se asienta sobre espaldas femeninas”.
Políticas
sociales
Faur plantea el rol central de las
políticas sociales a través de las cuales se pude contribuir a disminuir las
desigualdades de clase y género, o bien, a acentuarlas.
POR UNA RESPONSABILIDAD COMPARTIDA
Etapa
clave: porqué deben superarse los desequilibrios
entre madres y padres en el cuidado de los hijos durante la primera infancia.
La perspectiva
de un cuidado infantil integral supone articular dimensiones materiales (la
alimentación, el abrigo, el hábitat, la salud) aspectos cognitivos,
psicológicos y afectivos. “La primera infancia es una etapa central en la
constitución de subjetividades y de vínculos. La mirada de los adultos, la
escucha, el juego, la capacidad de comprender y traducir las señales de los
niños y niñas cuando apenas se introducen en el uso del lenguaje son vitales
para esta construcción identitaria, y para la construcción de lazos sociales”,
explica Eleonor Faur.
La
corresponsabilidad de género en la tarea de cuidar supone un cambio cultural
profundo. En este sentido, ampliar la perspectiva y explorar la capacidad de
las políticas para facilitar a la población la posibilidad de compatibilizar
las responsabilidades de trabajo y familia supone revisar críticamente cómo se
organiza el mundo del trabajo, sus horarios, sus estructuras segmentadas, los
esquemas de protección social y la oferta diferencial para los distintos grupos
poblacionales.
Con claridad,
Faur concluye en su investigación que el tiempo de cuidado debe ser asignado
con independencia del género de quienes cuidan, para modificar modelos
anacrónicos y facilitar la elección de mujeres y hombres, según las condiciones
del hogar y la armonización de responsabilidades y deseos de cada madre, padre,
tutor o encargado. “Si entendemos el cuidado como un elemento central del
bienestar humano, y como una responsabilidad social compartida, hay una necesaria
corresponsabilidad entre las familias, el Estado, el mercado y la comunidad que
requiere ser afianzada para que el hecho de cuidar no limite la autonomía ni
los derechos de quienes dedican parte de sus días a esta actividad”, considera
la socióloga.